Difícil resultaba a aquellas horas encontrar una explicación. Había sido dura la mañana, de despacho en despacho, apegado al teléfono, como un intermediario de la desolación, acopiando gemidos o haciendo conjeturas que eran eso tan sólo, simples suposiciones dictadas por la sorpresa o tal vez un recurso para dejar a salvo la lógica.Cuando, al fin, levantaron el cadáver, la estación se encontraba semivacía. En el andén mojado por las últimas lluvias, la habían hallado inerte unas limpiadoras. Tenía los cabellos en desorden, y, perdido su brillo habitual, me pareció que había envejecido y seguía envejeciendo ya muerta, arrastrándonos a la sima de su decrepitud. Poco antes de cubrirla con una manta negra, observé, conmovido, la extremada fragilidad de sus miembros, y contemplé los míos, tratando de explicarme el extraño prodigio de la consumación.. ¿Conoce a esta señora?, me inquirió un periodista, y yo asentí moviendo la cabeza, mientras el lamentable cortejo avanzaba por el andén. A un lado y otro, comenzaron a concentrarse algunos corrillos. El expreso, anunciaron, no tardaría en llegar.
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